Memorias en pareidolia

Aquella mañana no oyó el despertador y se levantó con retraso. Llegaría tarde. Lo único que podía elegir era la velocidad pareidoliaque emplearía en prepararse antes de salir. Aunque no te apetecía correr, pensar en el tiempo extra que debería añadir a su horario laboral le estimulaba a ir más aprisa, como a un pura sangre la fusta de su jockey.
Se arrastró al cuarto de baño con desgana, tirando de la suela de sus zapatillas. Hubiera preferido no mirarse en el espejo, aunque ya era demasiado tarde. ¿De verdad tenía un aspecto tan lamentable?
El día no había comenzado bien, pero aún podría empeorar si se pareidolia_2encontraba en el rellano con Puri, su vecina de enfrente.

– Niñaaaa, ¡qué mala carilla tienes, hija! -exclamó Puri.

– Hola Puri, ¿te importaría hablar más bajo? -imploró.

Al momento pensó que era absurdo pedirle aquello a una mujer tan pareidolia_3expansiva que, además, era madre de cuatrillizos. «Cuando se es madre de cuatro hijos menores de 3 años, en algún momento ya olvidado por la memoria, desaparece la contención y la capacidad de hablar bajo», concluyó para sí misma.

– ¡Quien pierda la noche, pierde el día! -dijo Puri sin oir lo que ella le había dicho.

Segura de que la voz de su vecina había tenido el mismo efecto que pareidolia_4la alarma de una fuga nuclear, bajaba los escalones pendiente de quién sería la próxima «cotilla» que encontraría antes de alcanzar el portal. Empezó a notar un aliento húmedo y cálido en los tobillos. Inmediatamente miró hacia el suelo. Era la mascota de la anciana que vivía en el tercer piso. Aquel bicho la adoraba. No era la primera vez que le olisqueaba los pies y, cuando lo hacía, bien podría decirse que era su máxima función en la vida. Probablemente era un perro de raza pequeña, aunque con aquella cara de conejo sonriente …. No tardó en aparecer su dueña, una mujer con una mueca de reproche que le daba a su rostro la expresión de un pez meditabundo.

– ¡Buenos días! – dijo la anciana.

– ¡Buenos días, señora! -respondió ella.pareidolia_5

– ¿Te apetece una chocolatina? -le preguntó cortésmente.

– No, muchas gracias. Es que me he dormido y llego tarde a trabajar.

– Ya me parecía a mí que eras algo «pilingui» desde el primer momento que nos cruzamos en el portal.

Sí. Ese era el toque maestro de aquella vieja con expresión de pez. Primero se deshacía en atenciones y cuando tenía a su víctima indefensa y confiada, le clavaba a traición una crítica, un insulto o un comentario desagradable.

pareidolia_6Llegó al portal sin más ataques a su autoestima. Al abrir la puerta, notó que alguien la empujaba desde afuera. Se topó cara a cara con la esposa del carnicero del primer piso. Le costaba entender cómo una persona tan refinada, elegante y sofisticada había encontrado en aquel hombre con aspecto algo tosco a su media naranja. La mujer murmuró un saludo inaudible, la miró con aire de desaprobación y se apresuró a subir la escalera.
pareidolia_7Una vez en el jardín, respiró aliviada. Al dar la vuelta a la esquina, observó un caracol que trepaba por el muro del habitáculo del jardinero. Como si se hubiera percatado de su presencia, estiró sus antenas atisbando con sus protuberantes ojos.

– ¿Qué pasa? ¿También tú tienes algo que decir de mi aspecto? -bromeó.

pareidolia_8Tomó el autobús a la carrera y como era más tarde de lo habitual, apenas encontró vehículos en el trayecto. Al apearse, una cantinela insistente brotaba de un megáfono que asomaba por la ventanilla de una furgoneta de venta ambulante. Atravesó la plaza, entró en el edificio y coincidió en el ascensor con su jefe que llegaba entonces. Algo violenta por el retraso, pensaba si sería buena idea justificarse o correr un tupido velo.pareidolia_9

– ¡Buenos días! -saludó él.

– ¡Buenos días! -respondió ella.

– Vengo de reunirme con el cliente, así que quiero explicarle el proyecto en mi despacho después de hacer unas llamadas. Nos reunimos en diez minutos.

– Sí, de acuerdo. Ordeno mis notas y voy enseguida -dijo ella al tiempo que exhalaba un suspiro de alivio.

Su retraso había pasado desapercibido. La reunión no resultó demasiado farragosa y casi era la hora de almorzar. «Lo mejor de llegar tarde es que la mañana se va volando», pareidolia_11 pensó. Decidió bajar al restaurante oriental que se encontraba cruzando la siguiente bocacalle. Como en el comedor escolar, puso un primer plato, un segundo, bebida y postre en la bandeja y se dirigió a la caja donde le esperaba un empleado con gafas de bibliotecaria de finales de los 50. Se sentó al fondo de la sala al lado de un granpareidolia_10 ventanal. Miró de reojo a la mesa que estaba a su izquierda y ¡sorpresa! el hombre que había conocido anoche masticaba un escalope de pollo acompañado de una ensalada de col. Ella se giró con descaro para continuar la conversación que habían iniciado hace unas horas, pero al ver que la miró de arriba a abajo sin decir nada, fingió que se estaba acomodando en la silla. ¿Cómo es posible que no la recordara?